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"El fútbol no te prepara para el día después"

Fernando Gamboa confiesa que sufrió una gran depresión tras su retiro y que se convirtió en entrenador gracias a su esposa. Además, nos revela su manual de estilo.

(Entrevista realizada por Diego Borinsky para la edición mayo de 2009 de la revista El Gráfico)

Explicale a un turista japonés qué es el clásico rosarino.
Es único, más intenso que el Boca-River. Veinte días antes, a la gente no le interesa nada: sólo te piden que ganes el clásico. Y el post no dura 30 días, sino hasta el clásico siguiente. En cada club te hacen mamar el clásico desde chiquito. Y entonces, en Primera termina siendo un partido entre hinchas de Newell’s y del otro. Lo que se vive emocionalmente ahí es incomparable.
¿En Rosario podés caminar por la calle?
Sí, por ahí pasan en una moto y te gritan “Negro puto”, y te la tenés que bancar. Durante los seis meses que fui técnico de Newell‘s, viví adentro del hotel. Ya estaba en otro lugar, y como tengo mi carácter, no podía correr el riesgo de salir a la calle y reaccionar a una puteada.
Tu retiro fue en puntas de pie ¿qué te pasó?
Había firmado por un año en Argentinos, pero me agarró una pubalgia y apenas pude jugar 4 partidos. Le pedí perdón al presidente y me fui a los 8 meses. Igual quise recuperarme. Mirá lo que es la vida: al toque conocí a Jorge Di Lorenzo y en dos semanas me curó. Me buscaron un par de clubes del país, pero era una apuesta de riesgo porque peleaban el descenso. La verdad, después de 20 años de carrera, no quería terminar con un descenso. Y de repente pasaron dos meses y me di cuenta de que se había terminado todo. Fue durísimo. La pasé muy mal.

¿Por qué?
Estuve un año debajo la cama, literalmente debajo de la cama, con depresión. Y si cuento esto es para que los jugadores estén preparados. El fútbol no te prepara para el día después. Es tanta la vorágine que se olvida. Vos podés tener al mejor entrenador, al mejor dirigente, pero son los psicólogos los que estudian durante años para arreglar la cabeza de las personas. Para mí son necesarios. Y no sólo en el fútbol juvenil, como hoy existen en muchos clubes. A mí se me produjo un vacío enorme en el corazón que no podía llenar con nada, tenía la sensación de que se terminaba de un día para el otro todo lo que sabía hacer y para lo que me había preparado desde los 5 años.
Pero vos ya eras grande.
Sí, pero cuando jugás al fútbol y te sentís bien, da lo mismo 28 años que 34. Yo sabía que se terminaba pero me saltaba el diablito y me decía: “Vas a jugar hasta los 50, olvidate”. Disfrutaba el día a día y no pensaba. Entonces cuando caí, me encerré en mi casa y no existía nadie. Fue un duelo muy grande, había una herida muy muy profunda que en lugar de cicatrizar se agrandaba. Intentaba jugar con mis hijos pero mi cabeza estaba cegada y me costaba conectarme con ellos, no podía entender cómo no podía llenar ese vacío, me preguntaba todo el tiempo por qué me habían quitado el fútbol. Vivía colgado. Por ahí miraba la tele y me quedaba dos horas llorando. Me duró un año largo.

¿Cómo saliste?
Hice terapia y me ayudó mucho. Silvina, mi esposa, me bancó a morir. Gracias a ella soy entrenador. Me sacaba de casa, cerraba con llave y me dejaba en el palier. Me decía: “Andá a hacer el curso”. En ese momento no sabía qué quería. En realidad sí sabía: quería recuperar algo que no se podía recuperar. Entonces iba al curso, me entretenía tres horas y volvía a casa a encerrarme. Hasta que apareció el Showbol y terminé de salir.

¿Cuánto influyó Diego para que empezaras como DT en las Inferiores de Boca?
Un tiempo después de esa charla, le dije: “No quiero dejar el Showbol, es maravilloso, pero ya no me alcanza”. “¿Qué necesitás?”, me pregunta. “Quiero empezar a dirigir y saber si me podés dar una mano con la gente de Boca”. El jueves siguiente estaba Pompilio en la casa de Mancuso. Me dijo que no había problemas y me armó una reunión con gente del fútbol amateur. Tres meses después empezaba en la Quinta de Boca. Sólo lamenté tener que abandonar el proyecto que tenía.

¿Qué proyecto?
Armar escuelitas de fútbol con respaldo psicológico para jugadores que quedan en el camino de la Primera y que esos jóvenes a su vez les enseñaran a chicos de la calle. Después, la persona que me ayudaba y tenía contactos con los municipios para conseguir algún predio, se fue. Una pena, pero sigo teniendo el sueño de concretarlo alguna vez.

El mejor DT que tuviste.
Tuve grandes entrenadores: a Menotti, Bilardo, Tabárez, a Gallego, al Pato Pastoriza, una persona que quiero con mi alma por su manera de ser. Pero uno se deja llevar por las enseñanzas y el que más me enseñó a mí fue Marcelo Bielsa: lo tuve entre los 14 y los 22 años. Con Marcelo no sólo entrabas a la cancha sabiendo si el 9 era zurdo o derecho, sino si enganchaba para acá o allá, sabías que con parietal izquierdo se la bajaba a otro y con el derecho le daba al arco, esas cosas.

¿Hablaste con Bielsa alguna vez desde que se fue de Newell’s en 1992?
Nunca más. Intenté comunicarme con él un par de veces pero no lo ubiqué. Yo soy un desastre con el celular: no lo escucho, no lo atiendo, nada. Pero no tengo ningún problema con él, a pesar de algunas cosas que se dijeron; Bielsa y Griffa fueron como mis viejos.

¿Cuál fue tu primera impresión el día que lo conociste?
Tenía 14 años. Nosotros veníamos cada uno de su pueblo, donde el técnico es el verdulero y te da una sola indicación: dónde pararte. Y de repente me llamó la atención la efusividad con que transmitía sus ideas y cómo laburaba. Lo mirábamos y decíamos: “¡Mierda!".

¿Está un poco loco o sólo parece?
Loco no, es un obsesivo del fútbol. Llegaba un momento en que, con el paso del tiempo, te saturaba. “¿Sabe cuál es el problema, Profe? –le decía, porque lo llamaba así-, que usted vive 25 horas del día por el fútbol y nosotros tenemos otra vida aparte del fútbol”. No pretendo juzgarlo, pero sentía que no nos daba respiro. El mismo creo que cambió: después, ya en Vélez, declaró que no podía estar más de un año en un club por su manera de ser.

¿Es casualidad que hayan salido tantos técnicos de aquel Newell’s 90/92?
Para nada, teníamos la marca de Bielsa, la pasión con que nos transmitía el oficio. Ahí están Berizzo, Pochettino, Franco, Berti, Lunari, Martino, Domizi.

¿Lloraste alguna vez por el fútbol?
Muchas, yo soy un tipo muy pasional, ya te lo dije; y cuando las cosa no salen, toda esa pasión y esa rebeldía las canalizo por el llanto.

La vez que más lloraste.
La del Morumbí, lejos, la noche que perdimos la final de la Libertadores por penales con el San Pablo. Ahí lloramos todos, dos días seguidos. Nosotros éramos chicos, pero era tal la claridad con que nos transmitía Bielsa las cosas, que recuerdo que en las duchas, con el Toto Berizzo decíamos: “Esto no lo vamos a vivir nunca más”. Y fue así. No lo vivimos nunca más. Ni yo, ni él, ni Bielsa, ni Newell’s. Y eso que jugamos en los equipos más grandes.

¿Qué les decía Bielsa en ese vestuario?
Nada, no había lugar para las palabras. No recuerdo bien por qué, pero nos tuvimos que quedar un día más en San Pablo. Bielsa nos llamó uno por uno a su habitación, nos agradecía el esfuerzo, nos abrazaba, y llorábamos juntos.

¿Te quedaste con culpa por el penal errado?
Obvio que sí. A mí no me interesaba que antes habíamos errado dos penales. Yo asumí una responsabilidad y no la pude plasmar. Se me vino el mundo encima. Soy un tipo que siempre me hago cargo de las cosas que debo, y muchas veces por demás. Le pedí disculpas a Bielsa y su respuesta fue que estaba loco.

¿Menotti o Bilardo?
Aprendí de los dos. Bilardo es parecido a Bielsa por lo táctico y las obsesiones; con Menotti te sentás a hablar de fútbol y te quedás una vida. Con Cappa, lo mismo. Me pasó apenas llegué a España. Me quedé embobado al escucharlo.

¿Qué dejaste en Chacarita?
Te lo cuento con una anécdota: cuando estaba en la pretemporada y me avisaron que me iba al Grasshopper, volví llorando todo el viaje desde Mar del Plata. En Chaca viví dos etapas maravillosas de mi carrera y le estoy eternamente agradecido. Mi hijo Tomás es veneno de Chacarita, y tengo la sensación de que un día nos reencontraremos, ya como técnico.

¿Por qué llorabas si te vendían a Suiza?
Porque Pastoriza había armado un grupo espectacular con varios grandes. Era tanto el afecto que había en ese plantel, que los pibes como Rivero, Rosada, el Rulo Romero y Román Díaz vivían pegados con nosotros. Dudé en ir a Suiza, pero era mi revancha personal por lo vivido en Oviedo. Y aunque no es el torneo más competitivo, tuve la fortuna de ser campeón en una liga europea.
¿Por qué hablaste de revancha con Oviedo?
Con el Maestro Tabárez, el segundo año, fuimos a la promoción con Las Palmas. Antes de jugar, el capitán me contó que el dueño del club había vendido las acciones pensando que nos íbamos a la “B”. Eso me mató, sentí que el propio dueño no confiaba en nosotros. Pero me lo guardé. Al final, ganamos 3-0 de local y en Las Palmas perdíamos 3-0 y terminamos 1-3 con un gol mío. Al otro día, en el bus de regreso, subió el dueño y empezó a felicitarnos. Yo me sentaba atrás de todo, y cuando me vino a dar la mano, no me la comí. “Usted no se merece mi respeto”, le dije.
¿Te limpió de una?
No me dijo nada, porque allá no te van de frente. Me vine de vacaciones y al regresar trajeron a otro extranjero y me dejaron sin el cupo. Fue un escándalo: nadie entendía por qué dejaban afuera al tipo que había jugado casi todos los partidos del año y metido el gol para dejar a Oviedo en Primera. Me sacaron la posibilidad de laburar y tuve que hacer un juicio, como Caranta. El tipo me pasó la factura claramente. Estuve seis meses parado y al final gané el juicio, me dieron la libertad y me pagaron el año de contrato que me quedaba.

¿Alguna vez te le plantaste a un técnico?
No, porque soy muy respetuoso y el entrenador está para decidir. Creo en la frontalidad y en la sinceridad, siempre y cuando no roce la falta de respeto.
¿Un técnico sin manager no consigue trabajo?
No sé, debe ser como de jugador: cuando arranqué tenía; después ya me llamaban a mí.
¿Qué te dejó trabajar con los chicos en Boca?
Fue maravilloso. Primero, porque era Boca. Y segundo, porque a pesar de que eran chicos de 17 o 18 años, yo iba con una idea de conducción que quería experimentar con ellos porque pensaba trasladarla si después dirigía en Primera, y lo pude hacer.

¿Cuál es el principal vicio de los chicos?
Por lo que escucho, porque soy neófito en esto, el problema son los padres y los representantes, que para tener un jugador de 8 o 10 años, ya le dan un sueldo, entonces después los chicos se la creen y al otro día te hacen planteamientos de que tienen que jugar en tal o cual lugar. Son cosas que a los chicos los confunden. Y yo pensaba: ¿llegarán esos chicos a Primera? ¿Sabés los monstruos que hubo que después no llegaron? Por suerte, en Boca no me pasó, pero es una realidad que existe. Sólo vi a los padres en la despedida: me agradecieron lo que les di a su hijos en lo futbolístico y en lo personal.

¿A qué te referís con lo personal?
Me pasó en la Primera de Newell’s. Vino un jugador y me dijo: “Me acabo de casar, tengo una nena, vivo en la casa de mi suegro y estoy incómodo. Necesito 20 mangos más para ir a vivir solo”. Yo podría haberle dicho que no era problema mío y que lo hablara con su representante pero no, fui y le dije a López: “Pasa esto, sos el único que me puede dar una mano con este jugador”. Y lo hizo. Todo eso te vuelve. Cuando después vos lo mirás a los ojos a ese jugador y le pedís un poco más, ese tipo no se va a negar. Por eso hablo de la importancia en la conducción del grupo y de qué manera convencés.
¿Quién es el mejor DT argentino hoy?
Gallego. Tiene claro cómo manejar el grupo, es abierto pero hasta ahí, un tipo que la tiene muy clara tácticamente, sabe cómo modificar un partido. Además, me ayudó mucho cuando pasé de Newell‘s a River. A mí me gustan los entrenadores agresivos.

¿Qué balance hacés de tu primer semestre como DT?
Por resultados, fue muy positivo: logramos 31 puntos y casi siempre estuvimos entre el primero y el cuarto puesto, pero lo más importante para mí es haber manejado un grupo como lo quiero manejar, con diálogo, respeto, compromiso y entrega absoluta. Saber que lo que uno imaginaba como conductor, se puede llevar a cabo.

¿Por dónde pasa la clave para conducir?
Lo podés hacer si los jugadores se predisponen. Y para eso debe haber convencimiento y lealtad en el mensaje. Viví en Newell’s a corazón abierto y recibí de los jugadores lo mismo. Es lo que me dejó más feliz.

La situación que más te haya sorprendido estando cerca de Diego.
Fuimos con el Showbol de gira a Suecia, Noruega y Dinamarca. Imaginaba que ahí, en Escandinavia, iba a poder salir a caminar por la plaza. Imposible. El hotel explotaba con 500 personas por verlo a él. Imposible salir.

¿Por qué los pibes vienen cada vez más complicados y voltean técnicos?
Por lo que recibí de los jugadores en Newell‘s, viví absolutamente lo contrario. Creo que las diferencias generacionales es un punto que el dirigente tiene en cuenta. Algunos la llevan a cabo y otros, en ciertos momentos, prefieren la experiencia de una espalda ancha, como hizo Independiente con el Tolo.

¿Cerramos con alguna anécdota de Bielsa?
La del primer clásico que nos dirigió, en 1990, fue increíble. La del 4-3 en Arroyito. Llevábamos dos días concentrados en el Liceo Militar, porque el partido había pasado al lunes por la lluvia. La mayoría dormía y yo jugaba en un pasillo al Pac Man. “¿Cómo está? Quiero hablar de fútbol”, me dijo. “Bien, Profe, hablemos”, le contesté mientras seguía jugando. “Míreme, que le estoy hablando”. Largué todo. “¿Qué da por ganar el clásico mañana?”, me preguntó. “Todo –le respondí- tirarme de cabeza, trabar, ser solidario”. El me miró. “Más, ¿qué más?“. “No sé, más no se puede. ¿Usted qué daría, Profe?”, le pregunté yo. “Recién se lo dije a mi señora: si me tengo que cortar un dedo por ganar el clásico de mañana, me lo corto, total me quedan cuatro”. Lo miré: “Entonces, si tenemos la suerte de ganar cinco clásicos, se queda sin la mano”. Se levantó y se fue diciendo: “No entiende nada, usted no entiende nada”.

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